domingo, 18 de noviembre de 2012

Antonio Martín (UniCo): "Todo texto necesita el control de calidad de un profesional especializado y los libros traducidos suelen tener erratas porque se está empezando a prescindir del trabajo del corrector de estilo. Allá ellos."



Lo reconozco. Afronto –¿o será enfrento?– esta entrevista corroído –llevaba tilde, ¿verdad?– por las dudas. Y eso que la idea fue mía. En qué momento, me pregunto, se me ocurriría proponerle al presidente –¿minúscula?­– de la Unión de Correctores –en mayúscula, ¿no?– que participara en esta sección. ¡Y encima por escrito! Todavía si fuera en persona o por teléfono los riesgos de meter la pata se reducirían –‘restringir’ aquí no vale, creo– considerablemente. Pero, negro sobre blanco, estoy vendido. Esta gente no tiene –¿o era tienen­?– compasión. Son de los que escriben ‘bumerán’, con tilde en la ‘a’, no sé si me entienden. De modo que sé que por mucho que me esfuerce por no complicarme demasiado la vida al formular las preguntas, al final me pillará en algún renuncio. Si no va a ser una tilde, será un galicismo, si no una comilla mal puesta será un error de concordancia, un guión que no viene al caso, una versalita que no procede o algo peor. Y vale que cualquiera se equivoca; a la postre siempre me quedará el recurso de decir “ah, qué despiste, las prisas…”, pero siempre me quedará la duda de si realmente no terminará pensando el hombre que le ha entrevistado un zoquete.

De modo que aguardo a que me devuelva el cuestionario con creciente expectación únicamente (no es un juego de palabras) apaciguada por un pensamiento consolador: si alguien tiene que pintarme la cara, que sea el presidente –¡otra vez!, minúscula, ¿no?– de los correctores españoles. Un nuevo mensaje llega a la bandeja de correo: mejor que email, dónde va a parar. Lo abro. Bien, entrevista larga. Me gusta. Desciendo por el documento con el cursor. Bien, no hay nada, bien, limpio, bien… y de pronto, un rojo cegador me golpea en los ojos. Ya está. Me cazó. Y no es una cosita de nada. ¡Es todo un párrafo! Vale, no pasa nada, digo para mí añadiendo algún exabrupto irreproducible, el que tiene boca, al fin y al cabo… pero duele. El comentario viene entre corchetes, ¿será una manera de atenuar el impacto?, y dice como sigue: Si te refieres a Manuel Seco Raymundo, nuestro socio de honor, es lexicógrafo, gramático, académico, pero no periodista ;-)] ¡Y encima con emoticono compasivo! Como diciendo: ¿lo ves zascandil? Te has equivocado, eso te pasa por ir de listo, pero para que veas que soy guay.

Pero El librófago no está dispuesto a perder la poca reputación que le queda por un quítame allá esa vocal. Se ha puesto a hablar de sí mismo en tercera persona y no atiende a razones. Podría tachar la profesión falsamente adjudicada. Tiene todo el sentido del mundo, pero él no habría cometido un fallo tan estúpido como el que lo ha puesto a los pies de los rotuladores rojos del implacable corrector. Porque en el fondo del asunto se encuentra el hecho de que el entrevistado ahora debe de pensar (sí, con ‘de’ de conjetura o creencia) que el entrevistador no conoce a Manuel Seco, el “lexicógrafo, gramático, académico, pero no periodista”. Y por ahí no. Es decir, no. De que hubiera pasado toda la carrera en la cafetería –por fortuna mi padre, quiero decir, su padre, no es seguidor del blog– no se desprende que él, que yo, en un remoto tiempo no hubiera estudiado Filología Hispánica –esto…, en mayúscula, verdad?, ejem.
Así que decido volver al origen de este enojoso asunto, hallando una resolución al enigma tan oportuna como inesperada. La cita que yo atribuía a ese periodista llamado Manuel Seco, y que motivó la sangrante corrección, la había encontrado referida en Vituperio (y algún elogio) de la errata de José Esteban, quien la cuenta en primera persona. Es decir, él conoció a ese periodista, que no “lexicógrafo, gramático y académico”, de El Sol llamado Manuel Seco que hablaba de las erratas en los términos que más abajo, en la entrevista, descubrirán. Era, pues, plausible, que existieran dos Manuel Seco más o menos conocidos en ámbitos, por otra parte, relacionados. Pero el caso es que rascando un poco más descubro una reseña sobre el libro citado en la que se revela que en realidad ¡se trataba de una errata! El periodista se llamaba (y llama) Manuel Saco. La confusión estaba aclarada, mi honor salvado (al menos en lo concerniente a este punto) y la labor del corrector más que justificada. Sin su oportuna y ponderada intervención, el error no habría sido puesto al descubierto. 

Aunque,a contrario sensu –esto siempre queda bien, apuntaré que de haber pasado por alto mi errata, o la reproducción de la errata –que para quienes nos dedicamos a esto de la comunicación debería ser, sin ‘de’, lo mismo esta introducción habría sido considerablemente más corta. Lo siento por usted, estimado lector, porque lo realmente interesante viene a continuación. Venga, prepárese otra taza.

Antonio Martín Fernández, presidente de la Unión de Correctores (UniCo).
EL LIBRÓFAGO.- Después de conocer los objetivos de la asociación, parece mentira que no existiera en España una organización con estas características con anterioridad. ¿Cuándo se crea la Unión de Correctores? ¿De dónde parte la idea y quiénes son sus impulsores?
ANTONIO MARTÍN.- Empezamos en el 2005. A raíz del Primer (y último) Congreso de ortotipografía, en Málaga, en el año 99, pensé que era esencial que nos uniéramos todos los correctores. Hice un llamamiento a esa unión y solo acudieron 9. Se ve que entonces todavía no había madurado la idea.
Más tarde empecé a resolver los problemas de mis antiguos alumnos de corrección –correctores y editores que ya estaban trabajando– pero me ocupaba tanto tiempo que le restaba horas a mi trabajo cotidiano en Cálamo y Cran, donde formamos correctores. Además, había ciertos problemas que yo solo no podía atender, por ejemplo, no podía llamar a una editorial a reclamar el pago de un exalumno, aunque sí que tuve que discutir con algún otro conocido editor porque trataba de estafar a los profesionales que yo estaba formando… pero eso no tenía sentido, ¡yo solo era su profesor! Hacía falta una agrupación independiente y fuerte. Esta vez, al nuevo llamamiento acudieron en Madrid más de 40 personas, y en Barcelona unas 15: ya había interés por forjar una asociación. Lo comenté con distintos correctores afines al proyecto quienes finalmente firmaron como fundadores de la Unión de Correctores.

EL.-¿Qué balance realizan de estos siete años de trayectoria? En primer lugar, de “puertas para adentro”, pensando en la representación de los profesionales desde un punto de vista “social, legal y laboral”...
A-M.- Lo mejor es que se le eche un vistazo a nuestra web para ver todo lo que hemos conseguido. Lo que puedo decir es que ningún proyecto resiste ni 3 años si no tiene confianza y apoyo. El apoyo lo teníamos desde el principio; la confianza nos la hemos ganado a pulso, como se tiene que hacer. Hemos tenido que fomentar la autoestima de los correctores para que se dieran cuenta de que no estamos solos, que muchos otros compartimos y entendemos su situación, y que solo juntos, unidos, podemos conseguir tener una voz propia. Y algo hemos conseguido: que a varios correctores les pagaran lo que les debían, cuando ha sido necesario a través de la intervención directa de UniCo, y en otros casos, a través de las recomendaciones que hemos aportado. Los consejos legales y fiscales también han ayudado mucho a nuestros socios, así como las recomendaciones sobre cómo responder y evaluar determinadas ofertas de trabajo o qué hacer ante ciertos clientes. También tenemos un convenio con UPTA (Unión de profesionales y trabajadores autónomos) que nos sirve de ayuda en las cuestiones más complejas de carácter político o sindical.

EL.- ¿Y de cara a la sociedad? ¿Son más visibles ahora? ¿Cuánto? ¿Y es suficiente?
A.M.- Este es un largo trabajo que llevará años. Afortunadamente cada vez se presta más atención a los errores. De hecho, esa obsesión de los medios por demostrar que cada vez se escribe peor refleja otra realidad: que ahora cada vez somos más conscientes de lo mal que se escribe, llaman más la atención las erratas y se señala a quien comete faltas. Y en este momento, en parte gracias a nuestra promoción, los medios descubren que hay unos tipos que se dedican precisamente a esto, a corregir. ¡Y les parece simpatiquísimo! No, no es suficiente. No hay una imagen clara y definida del corrector ni de la corrección, por lo que tendremos que seguir trabajando. Ahora bien, al menos los medios nos tienen como referencia cuando se debate sobre nuestro idioma. El Congreso de los Diputados aceptó nuestra propuesta para que los correctores apareciéramos como profesionales en la Ley del Libro. También participamos como expertos en la definición de competencias profesionales del INCUAL, aunque esto nos está dando más guerra de lo que esperábamos.
Pero la visibilidad que nos interesa tiene distintos fines: queremos que nos vean “los nuestros”, más correctores para que se sumen, participen y disfruten de todo lo que ha conseguido UniCo; queremos que nos vean nuestros compañeros de trabajo: editores, traductores, periodistas, redactores, autores, maquetadores, para que entiendan mejor nuestro trabajo y podamos trabajar con más facilidad. Y por supuesto, sobre todo, queremos que nos conozcan mejor todos aquellos que necesitan los servicios de corrección: los clientes; pero no solo las editoriales sino también agencias de publicidad, departamentos de comunicación e imagen de cualquier compañía, publicaciones y revistas de todo tipo.
Para lograrlo participamos en congresos, encuentros, promovemos actividades como “la cacería de erratas” y otras. Estamos en la Red Vértice, la agrupación de más de 15 asociaciones de traductores e intérpretes… y correctores. También formamos parte de la Alianza de Correctores, una agrupación de asociaciones de correctores de texto en español donde participan las agrupaciones de México, Perú, Colombia, Uruguay, Ecuador y Argentina.
Vamos, que nos movemos mucho para que se nos vea.  
EL.- ¿Cómo ha afectado la crisis a su especialidad? Partimos de la base de que, como ustedes mismos señalan, el de corrector es un oficio “injustamente pagado”. Imagino que ahora lo es aún más.
A.M.- Algunas editoriales han recortado sus tarifas; otras, directamente, han suprimido la corrección como han hecho la mayoría de los periódicos: no se han dado cuenta de que todo lo que se ahorran lo pierden en imagen. ¿Eso es un ahorro? Al mismo tiempo están demandando servicios de corrección en otros sectores donde se paga realmente bien. Yo sigo proponiendo a mis compañeros correctores que emigremos de sector: si nos tratan mal en la edición, nos vamos. La publicidad y las grandes corporaciones nos tratan mejor. De lujo.

EL.- Y sin, embargo, apuntan, es un oficio “agradecido”. ¿Cómo se compatibilizan ambas cosas?
A.M.- Para ser corrector tienes que saber mucho de lenguaje, de lo que les pasa y les duele a las palabras. Tienes que dominar ortotipografía, edición, diccionarios y tienes que saber hacer cosas realmente raras con Word y los pdf. Tener esos conocimientos y ganarte la vida con ellos te satisface. Los que venimos de Humanidades (Filología, Historia, etc.) solemos acabar de profesores o profesores. Esta es otra salida aceptable para disfrutar trabajando con lo que sabemos hacer. Esa es realmente la mejor recompensa; ahora bien, los textos que a veces tenemos que corregir y lo que obtenemos a cambio pueden llevarte a pensar qué maldita necesidad tenías tú de saber nada sobre implantes dentales, dolencias intestinales, conatos de novela, libros de autoayuda y otras miserias por un pequeño sueldo. Otras veces participas en proyectos educativos, ensayos y novelas que merecen realmente la pena y te empeñas a fondo en ese trabajo que luego ves a la venta en las librerías. Abres ese libro y con secreto orgullo dices: “Esa coma es mía”, como quien señala con satisfacción a su hijo en una representación escolar. Tenemos nuestro corazón.

EL.- Aunque ya ha avanzado algunos de los requisitos, dígame con qué habilidades debe contar un buen corrector ortotipográfico.
A.M.- Para ser corrector de pruebas hace falta sentido común, ser muy meticuloso y leer escaneando las palabras. Necesitas muchos conocimientos: ortografía, ortotipografía, tipografía, edición, normativa gramatical actualizada, saber resolver conflictos, entender cuál es la mejor solución para cada contexto… y respetar al autor o al traductor. Tienes que saber sacar el máximo rendimiento a tu trabajo con recursos que mejoren tu productividad o serás un corrector concienzudo, pero arruinado. Y tienes que leer buscando problemas, descubriendo si las convenciones ortotipográficas están unificadas, si la palabra tiene sentido en ese contexto, si el lector lo va a entender como pretende el autor, en fin, tienes que tener paciencia, mil ojos y ser rápido: un contrasentido.  
EL.- Decía Ramón Gómez de la Serna que “la errata es un microbio de origen desconocido y de picadura irreparable”. ¿Es cierto, como dijo el periodista Manuel Saco, que las erratas son siempre las últimas en abandonar el barco?
A.M.- Precisamente los correctores somos el mejor antibiótico: Protéjase con un corrector antes de que se lo coman las erratas. Siempre quedará alguna errata: porque no la vio el corrector, porque alguien no metió el cambio, porque alguien metió una errata en el texto en vez de la corrección, o, como pasaba antiguamente, porque la mula de la imprenta le daba una coz a la caja y algunos tipos salían volando. Hay muchas razones para justificar que se escape alguna errata, pero eso no es motivo para dejar sin corregir un texto o confiar ciegamente en el corrector de Word. No son de origen desconocido ni son irreparables. Eso sí, Gómez de la Serna salió airoso cuando le señalaron las erratas de sus textos, claro. Me apunto la cita.

EL.- ¿Cómo se convierte uno en corrector y cómo ha evolucionado la preparación del profesional en los últimos años? ¿Existe un recorrido trazado, reglado que haya que seguir forzosamente, o hay lugar también para el conocimiento autodidacta?
A.M.- Ahora hay bastante formación, afortunadamente. Antes aprendías casi por “tradición oral”, y así cada uno corregía según lo que le contaban sus editores, con todos sus aciertos y vicios. Aprendías por prueba y error, al más puro estilo salvaje de la evolución. Solo era corrector el que sobrevivía: si te equivocabas, nadie te lo decía: perdías el cliente y punto, estabas muerto. Hoy en día los que somos formadores de correctores enseñamos muchos de esos errores que se pueden cometer como principiante (corregir estilo en pruebas finales, por ejemplo; querer “arreglar” un texto para que quede más expresivo, etc.). También enseñamos metodología o cómo convertir el sentido común en tu aliado. También hay recursos informáticos esenciales para conseguir que tu trabajo sea más rentable, porque sin ellos y con las tarifas que tenemos es fácil desistir y renunciar. Todavía hay muchos editores que confiesan con cierto pudor que sí, que de jóvenes fueron correctores, como si se les hubiera preguntado si consumieron alguna droga.
El conocimiento autodidacta existe y siempre existirá en este y en cualquier ámbito de estudio, pero es más práctico acudir a un centro especializado.
Precisamente en el Segundo Congreso Internacional de Correctores de Textos en Español trataremos el asunto de la formación: qué materias son imprescindibles para ser corrector y cuál es la formación ideal.

EL.- ¿Hasta qué punto puede llegar a resultar obsesivo su trabajo? ¿Una falta en un periódico le puede dar el desayuno? ¿Elige a sus amigos en función del grado de cumplimiento de las reglas gramaticales y ortográficas? En fin, cosas así. Se aceptan chascarrillos y anécdotas…
A.M.- Solo me relaciono con miembros de mi club de erratas. No te digo más. Aparte de eso, las erratas de los periódicos son tan habituales que ya no te despiertan interés (a no ser que sea como la de The Guardian. Pero me he visto wasapeando a mis compadres de Palabras Mayores cuando me he topado con alguna errata dañina para la vista; entonces he pensado que sí, que soy un friki como otro cualquiera. Recuerdo ir paseando con don José Martínez de Sousa por la Rambla de Barcelona y nos parábamos cada dos pasos, a la vista de cada errata. Seguro que nadie ha tardado tanto en bajar la Rambla.

EL.- Después de ocho horas, o diez o doce, trabajando, ¿aún les quedan ganas para leer un buen libro? ¿Puede hacerlo olvidándose de todo, sin tener un rotulador rojo a mano?
A.M.- Sí. El gusto por la lectura no lo pierdes. Pero tampoco puedes dejar de corregir. Es un poco a lo Matrix y la pastilla ¡roja! Nunca vuelves a leer de la misma manera.

EL.- Da la impresión de que la tecnología, que en principio debería ser la gran aliada, se ha convertido en uno de los principales enemigos del corrector. A veces se da por sentado que los libros se corrigen solos, pulsando un botón o a golpe de clic de ratón. Muchos periódicos han ido prescindiendo de la figura del corrector: el resultado está a la vista, no digamos ya si hablamos de las ediciones digitales. ¿En las editoriales se ha extendido también esta percepción de que los correctores son fácilmente reemplazables por programas informáticos?
A.M.- La informática, bien usada, es nuestra aliada. No somos luditas. Este no es un mal exclusivo de los correctores. En parte se debe a un mal uso de las herramientas informáticas y por otra a alguno de los errores de Bolonia: que un universitario complete su formación con prácticas en empresa –lo que parecía una buena idea, por ejemplo para los médicos– está creando bolsas de becarios que no se sabe qué hacer con ellos; se los están llevando a empresas de todo tipo para trabajar gratis. Los correctores de El Mundo, por ejemplo, son becarios de periodismo que no saben corregir.
En el sector editorial algunos editores se “ahorran” la corrección para ganar tiempo, con o sin Word. También se les reprocha a los traductores que sus textos tengan erratas. No es culpa suya: todo texto necesita el control de calidad de un profesional especializado y los libros traducidos suelen tener erratas porque se está empezando a prescindir del trabajo del corrector de estilo. Allá ellos. Los lectores lo estamos viendo y estamos protestando. Por ejemplo, un libro excelente como este de Dawkins tiene tal colección de erratas que dificulta la lectura. No es por culpa del traductor sino de la falta de corrección.
Por eso digo que tenemos que emigrar del sector editorial a sectores que nos tratan, valoran y remuneran mejor nuestro trabajo.

EL.- ¿Cómo se articula la relación del corrector con el editor? ¿Es un cómplice o, con frecuencia también, una fuente de conflictos y quebrantos?
A.M.- Un corrector tiene que tener contacto fluido con su editor. Tienes que tratar al editor como tu cliente, aunque algunos editores siguen teniendo una actitud paternalista hacia el corrector. Y esa relación con tu cliente es la misma que con otros profesionales con cualquier otro servicio: el cliente tiene que estar satisfecho con lo que le ofreces. Es una relación comercial, no de favores. Lo que ocurre es que tras el editor está también el autor y en otras ocasiones el traductor: ahí es donde se necesitaría un trato más directo y fluido.

EL.- Cada año, desde UniCo diseñan una encuesta para conocer la situación laboral del corrector contrastando estos datos con los obtenidos en los años precedentes. A través de este informe, imagino que pueden obtener una radiografía muy precisa de la realidad de la profesión. ¿Qué tal marchan sus constantes vitales?
A.M.- Evolucionan favorablemente. Lo más significativo es que cada vez hay más datos, más socios de UniCo y más interesados en opinar, incluso fuera de la asociación. De hecho hemos exportado la Radiografía del corrector y ya la están usando otras asociaciones de correctores de Hispanoamérica.
La encuesta cada año aporta los puntos de una silueta que se empieza a perfilar: en unos años más tendremos tendencias claras y un perfil profesional bien definido. La Radiografía nos está permitiendo construir una identidad propia y dignidad profesional.

EL.- Entre los días 24 y 27 de noviembre, ya se ha hecho alusión a este asunto más arriba, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), se celebrará el Segundo Congreso Internacional de Correctores de Textos en Español. ¿Cuál es el objetivo de este encuentro y qué papel le corresponde a la Unión de Correctores, a la que usted representa, en su organización y desarrollo?
A.M.- Lo que queremos es muy ambicioso. Tanto, que el Primer Congreso se nos quedó corto y por eso no quisimos esperar dos años para celebrar el siguiente. Queremos compartir puntos de vista para tratar de conseguir una definición más precisa de nuestro trabajo, situación laboral, mercados en los que trabajamos, terminología propia, formación, etc. Queremos llegar a un consenso para que cuando se hable de “corrector” y “corrección” sea –dentro de lo posible– más o menos lo mismo en el ámbito hispanohablante.
También queremos dar más solidez a la Alianza de asociaciones para darnos apoyo mutuo y ver todo lo que podemos llegar a hacer juntos, porque la nuestra es una relación de sinergias. En el fondo todos tenemos el mismo objetivo común (la mejora de la situación de los correctores) y el deseo de aplicar esas mejoras en nuestro territorio.
UniCo ha apoyado, que no organizado, el Congreso. Ese mérito es de los súper correctores voluntarios de PEAC. Desde aquí hemos trabajado desde el anterior congreso para promover el estudio de los distintos ámbitos del corrector mencionados antes (formación, terminología, etc.). Formamos nueve comisiones para analizar nuestra situación, que ahora compartiremos con las restantes comisiones de las otras asociaciones.
Ahora bien, en el 2014, el próximo congreso lo organizaremos nosotros. Nos gustaría tratar la profesión, independientemente del idioma, por lo que los correctores de Europa serán bienvenidos. Necesitamos saber cuál es la relación de los correctores con otros profesionales que trabajan con nosotros: periodistas, traductores, publicistas, etc.  Pero primero tenemos que sobrevivir a este Segundo Congreso, que promete ser intenso y rico en conclusiones.

EL.- ¿Nos equivocamos tanto los medios de comunicación como parece a la hora de utilizar nuestro común idioma? ¿Se debe esto, a su juicio, a una escasa preparación, a la urgencia, al escaso impacto que sobre la audiencia generan tales errores…?
A.M.- Cuanto más se escribe, hay más probabilidades de que haya errores. Es lógico. Pero lo ideal sería, por una parte, contar con correctores para impedir que esos errores salgan a la luz: no lleva tanto tiempo como parece. Por otra parte, si se les encomienda a los periodistas que también corrijan es necesario aprendan algo de este oficio. Claro que, con esa lógica, también deberían aprender a maquetar, a vender los periódicos y de paso comprarlos, tal y como está el panorama.
Un periodista sabe redactar e informar: ese es su trabajo. Que cuide un poco más la gramática y el léxico nunca está de más; incluso tener unas buenas bases de ortotipografía. Eso ayuda mucho a la comprensión del texto. Pero no es tan complicado contar con buenos correctores, si no en plantilla, online: no es tan difícil ni tan costoso. Los lectores lo agradecerían.
Parece que a los lectores nos da igual cómo se edita un libro o un periódico. Se equivocan. Cada vez hay más quejas. El día que se reconozca que un texto plagado de faltas es un producto defectuoso y se pueda devolver al quiosco o a la librería, los correctores empezaremos a tener una gran demanda de trabajo.

Forges colabora con UniCo.
EL.- En este sentido, dígame, ¿qué es el corrector justiciero y cuál es su ventaja adaptativa respecto a otros superhéroes tradicionales?
A.M.- Tiene superpoderes únicos: ve erratas donde nadie es capaz de verlas y lucha contra los supervillanos que tratan de entorpecernos la lectura. Si alguna errata te amenaza, llama a elcorrectorjusticiero@uniondecorrectores.org. No solo aparecerá en su blog sino que además tratará de acabar con tamaña felonía. ¿Alguien vio alguna vez a Batman o Spiderman luchando contra las erratas? Además, si ellos tienen a Stan Lee, nosotros tenemos a Forges.
 
EL.- Para terminar, ¿quiénes pueden formar parte de UniCo? ¿Cuáles son los requisitos necesarios para formar parte de este colectivo (creo que Lázaro Carreter me reprendería por utilizar lo que para él era un “neologismo perfectamente inútil”) y qué ventajas va a encontrar?
A.M.- Cualquiera puede ser socio de UniCo, pero sospecho que les interesará más a los correctores o a quienes corrigen en su profesión (traductores, periodistas, maquetadores, editores y hasta redactores de discursos). Ventajas, muchas: la más importante es la razón corporativa. Somos un grupo de correctores con voz propia que nos apoyamos mutuamente. No hay otro sitio mejor que UniCo para saber más de nuestro oficio, recursos, problemas y cómo solventarlos. Para algunos la cuota es un impedimento: en realidad es una inversión si consideras el tiempo que ahorras al descubrir trucos informáticos, la de trámites que te evitas con el asesoramiento, los recursos que descubrimos y compartimos (www.goodrae.es, por ejemplo), las soluciones a esas dudas que detienen tu trabajo, por no hablar de los compañeros de trabajo que en muchas ocasiones acaban en una buena amistad, que también es fundamental para un trabajo tan solitario e incomprendido.







Un libro que no puede faltar en la mesa de trabajo del corrector.
El MELE 4, Manual de estilo de la lengua española, de don José Martínez de Sousa (Trea).

Un libro cualquiera.

Darth Vader and son, porque es necesario relajarse de vez en cuando.
Ese profesional, espejo de correctores.
 Joaquín Tolsá, Germán Molero y Alberto Gómez Font, por un montón de razones.
Una errata inolvidable.
 Todas estas. Llorarás.

Una web sobre erratas.

Esa palabra, expresión o uso incorrecto que encuentra a cada paso y que le provoca sarpullidos.
“Mítico” partido del siglo; restauradores (por cocineros); en base a; dar soporte; marginalización…
Si pudiera tachar una de las lacras de la sociedad española actual sería…
La falta de pensamiento crítico en nuestra educación básica.
¿A qué se dedicaría si no fuese corrector
Profesor. Montaría una academia de formación de correctores en Madrid y Barcelona.

Cuando desea escapar de la cruda realidad se refugia en…

La familia y los amigos. Y si se ponen realistas, un buen libro o un paseo por Madrid.

¿Tiene e-book?:



He tenido dos (Sony Reader y Nook) y he vuelto al papel… y a leer en el iphone.


2 comentarios:

  1. Fascinante y revelador, ese vídeo sobre el ojo del corrector.

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  2. Sí, Susana, realmente llega a producir vértigo.
    Y posee una extraña belleza también observar cómo trabajan esos ojos.
    Un saludo.
    EL.

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